Entrevista Creativa Imaginaria a Jürgen Habermas

Recorrido por los senderos de la democracia deliberativa 

Las luces se apagaban y la película comenzaba a rodar. Sabía qué vería allí y, aún así, decidí quedarme. Las imágenes eran crudas y despiadadas. Se intercalaban escenas de personas desnutridas, niños agonizando, otros tantos contra un paredón a punto de ser fusilados, algunos entrando a una habitación llena de duchas para ser luego intoxicados en las cámaras de gas. Todas aquellas atrocidades ilustraban el Holocausto. Esas primeras imágenes se alternaban con las de soldados nazis mostrando victoriosos sus logros.
Quizás, lo que más me indignaba de todo eso, lo que bajo ninguna condición podía entender, era de qué manera un pueblo que había elegido a su gobernante democráticamente podía avalar semejantes actos. ¿Cómo estos episodios podían encontrar licencia social para ser efectuados? Que a un maniático se le hubiera ocurrido un plan para eliminar a todos los que no pertenecieran a la raza aria era ya disparatado. Pero que una multitud esté de acuerdo con eso, era totalmente inconcebible.
Y mientras esas representaciones del horror que había visto aquella mañana en la Facultad seguían aún resonando en mi cabeza, daba vueltas en la cama e intentaba dormirme. Luego vino a mi mente una idea que me estremeció: ni la democracia, cuya bandera agitamos en tantas oportunidades, era motivo para asegurarnos que esas barbaridades no volvieran a acontecer. Mi angustia y mi cólera aumentaron. Antes de comenzar a sentir que mis párpados caían, hice un compromiso conmigo misma:
—Yo no voy a ser cómplice de un régimen genocida como el nazi. Jamás voy a traicionar a la democracia en la que crecí.
Y al pronunciar esas palabras, mis párpados se rindieron ante el sueño.
Una potente luz me despertó. Cuando abrí los ojos vi a un hombre sentado en mi escritorio. Era un anciano de cabello muy canoso. Su rostro cubierto de arrugas me impactó. En el medio se extendía una gran nariz que, por lo aplastada, parecía que le había pasado por encima una aplanadora. El labio leporino tampoco lo beneficiaba. El escenario de su rostro se completaba con los ojos claros y radiantes que se escondían detrás de sus anteojos.
Lo reconocí, había visto una fotografía suya en una página de Internet. ¡Era Jürgen Habermas! ¿Qué hacía en mi habitación? En aquel momento no busqué una respuesta, simplemente me levanté rápido y le grité desesperada:
—¿Por qué Habermas? ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué colaboró con la Juventud Hitleriana? —pregunté mientras las lágrimas cubrían mi rostro.
—Espera, ¡cálmate! Entiendo que estés enojada. Pero déjame explicarte, por favor —exclamó Habermas con una voz desquebrajada, como compadeciéndose por mi dolor—. Yo era muy chico, apenas un adolescente. En 1939, cuando empezó la Segunda Guerra Mundial, tenía 10 años y no poseía ninguna visión realista de lo que estaba pasando. Nadie preguntaba ni sabía nada porque simplemente no se mostraba la verdad, todo era una gran ilusión, una mera apariencia. Además, la juventud de ahora es muy distinta a la de antes.
En 1945 tenía 15 años, en los medios de comunicación comenzaban a salir a la luz los horrores del Holocausto, de los campos de concentración. Realmente no entendíamos mucho. Esto se veía agravado en el hecho de que no teníamos las mismas libertades para charlar con nuestros padres de lo que nos preocupaba y plantear nuestras emociones frontalmente. Fue un golpe de realidad, de repente uno se daba cuenta que había vivido en un sistema político criminal. Esas experiencias me condicionaron para siempre y conformaron los motivos que luego dieron forma a mi pensamiento. Por eso, para mí, 1945 significó una liberación personal e histórica.
—¿Cómo? Entonces, ¿usted no sabía nada de lo que estaba sucediendo? Por favor, ¡dígame la verdad! Necesito saber que alguien todavía cree en la democracia. Necesito asegurarme de que los horrores del genocidio no volverán a repetirse.
—Aunque las democracias de hoy en día son imperfectas y todavía tienen mucho por hacer, aunque aún le falten mucho para asemejarse a un tipo ideal basado en el diálogo, aún así, yo creo que es siempre la mejor alternativa. La democracia es indispensable para que la gente realice una praxis autónoma y forme parte de la comunidad de derecho. Sólo de esta manera es que pueden ser miembros libres e iguales de la sociedad.
Por supuesto que para esto es necesario que se sal- vaguarde la soberanía popular y la realización efectiva de la participación política. Además, se debe materializar la no discriminación y la igualdad de oportunidades mediante la introducción de fórmulas racionales de justicia social.

No esperaba esa respuesta. Estaba muy confundida. Por un lado, quería proporcionarle una fuerte cachetada por hipócrita, por mentiroso. A mí que no me viniera con esas estupideces de que él no se había dado cuenta de que estaban exterminando miles y miles de personas.
Pero, por otro lado, su mirada me decía todo lo contrario. Debo asumir que soy muy prejuiciosa. Pero no hay nada que supere la impresión que hace en mí la mirada de la otra persona. Y la mirada de Habermas... bueno, simplemente lo decía todo. Esos ojos resplandecientes y llenos de vida contaban historias. Las arrugas a su alrededor y los párpados hundidos eran testigos de aquello. Y algo me dijo que lo mejor era seguir escuchándolo.
—¿Qué es eso que mencionó acerca del tipo ideal de democracia? —Intervine mientras me secaba las lágrimas que aún estaban en mi rostro.
—La categoría de tipos ideales fue formulada por Max Weber en su obra La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo para aprehender los rasgos esenciales de ciertos fenómenos sociales. O sea que es un carácter puro que ha sido construido para subrayar ciertos rasgos de una determinada entidad social sin tener que poseer, necesariamente, una existencia en la realidad.
Mi teoría de la democracia parte de tres modelos normativos que son, en sí mismos, tipos ideales. Lo normativo tiene que ver con vivir conforme a una experiencia del mundo pero teniendo presente las normas. Es decir, oponer lo empírico con algo de carácter ideológico que no existe pero que tiene una legitimidad mayor que el primero. Se constituye, así, como lo políticamente operante.
Como dije anteriormente, distingo tres modelos de democracia. Dos de ellos, el liberal y el republicano, responden a una polémica central en Estados Unidos y en la filosofía política europea.
A estos modelos yo propongo un tercero: el deliberativo. Éste es, es sus raíces, la autoorganización de la sociedad por ciudadanos unidos comunicativamente.
—Pero, ¿por qué la comunicación es tan importante en la democracia?
—Bueno, es importante entender que la política no debe estar articulada por el mercado o el poder administrativo, sino por la comunicación de los ciudadanos orientada hacia un consenso organizado argumentativamente. En este sentido, no me voy a cansar de sostener que el discurso representa una forma de comunicación en la medida en que su fin es lograr el entendimiento entre los hombres. Se garantiza, así, una formación de la voluntad común que da satisfacción a los intereses de cada individuo sin que se rompa el lazo social. Sólo un diálogo crítico permitirá la expresión de los conflictos reales y su superación por el consenso de la voluntad común. Esto ha de ser el contrapeso de las formas de presión y coacción del poder. Los discursos no dominan por sí mismos, sino que es su fuerza comunicacional la que influye y permite determinados tipos de legitimación. Este poder de la comunicación no puede ser suplantado por acciones instrumentales.
No obstante, para que esto se dé tiene que existir una serie de condiciones ideales de comunicación, es decir, de situaciones de simetría. En primer lugar, es necesario que cualquier sujeto pueda participar en el discurso y que, por lo tanto, pueda introducir y problematizar cualquier afirmación. En otras palabras, es preciso que pueda expresar sus posiciones, deseos y necesidades. Pero para que esto se pueda llevar a cabo, no tiene que haber coacción externa o interna que influya sobre las decisiones y las acciones de los hablantes. Por supuesto que estas condiciones no son a priori de cualquier diálogo ético. Sino que, al contrario, se constituyen como las condiciones imprescindibles para que se establezca un debate que no sea inmoral, es decir, son las condiciones de posibilidad de la racionalidad comunicativa ética.
—¡Vaya que es importante la comunicación en el Estado! No lo había pensado antes.
Le cambio de tema para aprovechar y preguntarle algo que nunca entendí ¿Cuál es el problema que existe entre los republicanos y los liberales? Es decir, ¿no son, acaso, sólo dos formas de interpretar la democracia?
—No, no es tan simple como lo planteas. Estás minimizando el conflicto —expresó mientras dejaba escapar de su rostro un gesto que bien podría haberse interpretado como una burla ante mi ignorancia—. Remite a un problema histórico porque los dos modelos presentan proyectos políticos totalmente disímiles que, por ende, comprenden de distinta manera el proceso democrático.
El modelo liberal es el movimiento de ideas que acompaña a la Revolución Burguesa y que está detrás de las entrañas del constitucionalismo y del Estado de Derecho. Por ende, percibe a éste como el aparato de administración pública y a la sociedad como mero sistema de interrelación entre personas privadas y trabajo social estructurado a partir de la economía de mercado.
La tradición republicana, por su parte, está representada por la filosofía de Hannah Arendt. Este modelo parte de una democracia repensada en términos de una autonomía de los sujetos para poder transformar en reflexivo el poder político. Es decir que no implica un abismo entre las realidades particulares y lo que el Estado realiza. Sino que, al contrario, hay una continuidad entre las voluntades individuales y lo que ocurre en las esferas políticas. En este sentido, la política es para el modelo comunitarista una forma de reflexión del entramado de vida ético. La sociedad vista desde el objetivo republicano es, en síntesis, una asociación de miembros libres e iguales en la que emerge la solidaridad como una fuente de integración social.
¿Entiendes ahora la complejidad del asunto? —manifestó con un aire de desdén.
—Lo comienzo a entender. Pero, ¿me podría explicar brevemente qué es lo que plantea Hannah Arendt?
—Cómo no. Hannah Arendt fue una de las filósofas más influyentes del siglo XX. Yo soy, de alguna manera, su deudor porque tomo de ella la idea de que debe haber una generación comunicativa de poder. O sea, que es la deliberación el fundamento de la existencia del poder.
No obstante, he formulado algunas críticas porque considero que presenta cierta ceguera frente a la violencia estructural del Estado y el capital, es decir, de la propiedad privada. Además, tiene una percepción idílica de la existencia de la sociedad conceptualizada en términos aristotélicos.
Espero haber podido aclarar tu duda. Cualquier otra pregunta que tengas, sólo hazla.

Y mientras asentía con la cabeza, caí en la cuenta de todo lo que habíamos hablado. La furia del principio ya había desaparecido. En lugar de eso, comenzaba a admirar a este gran hombre. ¡Qué ingrata había sido! Sentí vergüenza de mí misma. En la antigüedad un hombre como el que tenía frente a mí bien podría haber sido el sabio de la comunidad. Y yo lo tenía ahí y, aún así, ni un vaso de agua le había ofrecido. Entonces pregunté:
—¿Gusta tomar algo señor Habermas? —Invité en tono amable como excusándome por haber sido tan mala anfitriona.
—Claro, si no es mucha molestia me gustaría tomar un té verde con menta.

 Al regresar a mi habitación, Habermas estaba parado mirando mi biblioteca. Observaba cada libro atentamente, como el coleccionista que intenta develar en sus objetos hasta el más oculto de los secretos. Estaba tan entretenido en aquello que no se había dado cuenta que yo había entrado. Decidí llamarle la atención para ver si lograba retomar la charla tan interesante que veníamos teniendo.
—Discúlpeme, señor Habermas. Aquí le traje el té que me había pedido —dije tímidamente para no irritarlo con mi interrupción mientras veía cómo silenciosamente él volvía a sentarse—. Entonces, volviendo a la cuestión de los dos modelos de democracia —expresé para intentar proseguir con la charla—, es decir, el liberalismo y el republicanismo, ¿qué lugar le cabe al ciudadano?
—Has hecho una pregunta muy acertada. El papel del ciudadano es un punto fundamental para entender las diferencias que existen entre los dos modelos.
En el caso del modelo liberal, el Estado asegura los derechos subjetivos de los ciudadanos siempre y cuando éstos actúen dentro de lo que las leyes les permiten. En el plano político los ciudadanos controlan mediante sus derechos que el Estado, en tanto encargado de la administración pública, gobierne en favor de los intereses privados de los electores. De esta manera, los derechos subjetivos se constituyen como derechos negativos porque nadie está obligado a hacer lo que la Ley no manda ni imposibilitado de hacer lo que la Ley no prohíba. Uno es libre en la medida en que no es coaccionado por nada.
Esta concepción de las libertades de los ciudadanos se gesta en el inicio de la modernidad con las conocidas revoluciones burguesas. Conforma un modelo de ciudadano que está siempre trabajando para conservar su propia libertad. Allí el sujeto es un átomo que quiere mantener su autonomía y, sobre todo, un individuo posesivo que participa de la sociedad como productor y consumidor de bienes y servicios, es decir, como un miembro del capitalismo. La persona, así, se puede visualizar como enfrascada en sus propios intereses de trabajador y de consumidor.
En cambio, en el modelo republicano los derechos representan libertades positivas. Es decir, la libertad tal como la concebían los pueblos de la Grecia antigua, en la que el derecho garantizaba a los ciudadanos la participación de una práctica política que les permitiera ser sujetos responsables, libres e iguales en su comunidad. El poder del Estado emana, así, de la comunicación entre sujetos autónomos y se legitima en la institucionalización de la libertad pública. Es decir, las personas, en tanto ciudadanos y miembros de una república, pueden participar activamente en la constitución de las leyes, por un lado, y en el ejercicio autónomo del poder, por el otro. Estos derechos, lejos de ser de carácter mercantil, son plenamente políticos.
—Según me dijo, la visión que cada modelo tiene del ciudadano va de la mano con su concepción del derecho ¿Qué me puede decir sobre esto?
—Naturalmente, ciudadano y derecho son caras de la misma moneda. Uno conforma al otro y viceversa. No obstante, debo dejar en claro que las diferencias que existen entre uno y otro modelo no afectan para nada al carácter intersubjetivo de las leyes, que exige el mutuo respeto de derechos y deberes en unas relaciones de reconocimiento de carácter simétrico.
En el modelo liberal los derechos son prepolíticos y comprenden, entre otros, la vida, la libertad y la propiedad. Esto determina que ni el Estado ni los otros individuos pueden coartarlos. Se podría decir, entonces, que son los liberales los que han inventado los célebres Derechos Humanos. Éstos tienen por finalidad limitar el poder del Estado, ya sea por la vía de la separación de los poderes o por la periodicidad de los mandatos. Este freno al poder estatal sirve para asegurar que la búsqueda de una solución pluralista para intereses diversos y en conflicto se resuelva de manera favorable. Esta regulación del poder del Estado deja demostrado el racionalismo característico del derecho liberal.
Para los republicanos, en cambio, los derechos son absolutamente políticos y representan la voluntad política predominante. Ponen de manifiesto un historicismo que piensa a la sociedad como una comunidad ética. A partir de este modelo, por ejemplo, ustedes serían argentinos y argentinas porque tienen determinadas tradiciones, gustos y, fundamentalmente, una idiosincrasia que hace de su país una comunidad concreta que se diferencia de los holandeses, los brasileños o los chinos. Si en el derecho liberal hay una suerte de racionalismo, en el republicanismo, en cambio, existe un profundo comunitarismo. De esta manera, el bien común se logra al establecer con éxito normas que se adecuen a las condiciones y costumbres de esa época. Así, el derecho de voto se convierte en paradigma de los derechos en general porque en él se evidencia la autonomía de los sujetos dentro de esa comunidad de iguales.
—Hasta ahora voy comprendiendo todo. Sin embargo, no creo que sea tan simple —sentencié con un aire de difidencia ante lo superficial del asunto—. Es decir, no creo que la diferencia esté tan sólo en cómo cada modelo percibe al sujeto y al derecho.
—Por supuesto que no —aclaró Habermas en un tono firme, como quien quiere que no se lo malinterprete—. La diferencia está en un nivel más profundo y tiene que ver con la formación de la opinión pública y de la libertad política. Esto es, en definitiva, la clave de todo mi planteo sobre los tres modelos de democracia.
Para el modelo liberal la política bien se podría comparar con un juego de estrategia, en el que los actores colectivos se enfrentan con el único fin de alcanzar posiciones políticas y controlar, de esta manera, el poder administrativo. El número de votos se constituye, así, como la unidad de medida que determina el ganador de la batalla. Las decisiones de los electores funcionan igual que en el mercado porque están determinadas por los beneficios que les traerá tal o cual elección. Es decir que en el liberalismo la política se reduce a su carácter instrumental porque de lo que se trata es que los ciudadanos influyan de manera estratégica sobre el Estado a los efectos de que éste se limite a garantizar los contratos entre los sujetos privados. Las relaciones mercantiles se establecen, precisamente, como paradigmas de las relaciones sociales.
Por otra parte, el modelo republicano pone de manifiesto, fundamentalmente, la naturaleza dialógica y comunicativa que tiene la política. Este momento deliberativo permite determinar cuál es la opinión mejor argumentada. Es decir que el paradigma de la política tiene su estructura en una comunicación pública orientada al entendimiento. Éste es un aspecto de gran relevancia porque, como dije hace un rato, la comunicación es muy importante en la democracia. Esto se puede resumir diciendo que es justamente la esfera pública la que, mediante la formación de la opinión pública, determina la regulación que ejercen los ciudadanos frente al modo de dominación que está representado en el Estado.
—Ahora sí queda evidenciada la complejidad del asunto. Pero lo que aún no entiendo es porqué proponer un nuevo modelo de democracia si el republicano parece perfecto.
—En ese caso, no todo es lo que parece. El sistema republicano no se equivoca cuando resalta la importancia de la comunicación y de la autonomía de los ciudadanos. Presenta una democracia radicalizada y autoorganizada. Pero también tiene un inconveniente fundamental y es que es un modelo demasiado idealista en el sentido de que atribuye la eficacia del proceso democrático sólo a las intenciones ciudadanas de llegar a un bien común. De esta manera, los discursos políticos son sometidos a un mero carácter ético porque se concibe al ciudadano como algo más que alguien preocupado por sí mismo. Es decir, que generaliza a todos como seres preocupados por el futuro del país, por el destino de la humanidad... Pero esto se aleja bastante de lo que es la generalidad de las personas. Para evitar una falta de realismo es, justamente, que propongo institucionalizar estas condiciones que el republicanismo pone como universales. Es justamente la fuerza legitimatoria y vinculante del modelo deliberativo.
Se trata, fundamentalmente, de integrar el mundo moderno con lo que el sociólogo y filósofo austríaco Alfred Schütz llama mundo de la vida. Éste es un transcurrir del mundo que damos por sentado, que no nos genera ningún tipo de inconvenientes, o sea que está constituido por conocimientos del sentido común. Además, consideramos que es intersubjetivo porque se presenta igual para todos y se hace evidente cuando hay algo que sale de ese lugar. Al ocurrir esto, inmediatamente lo ponemos en su lugar para seguir transcurriendo nuestra vida. Este mundo permite coordinar intenciones y produce integración social, es horizontal y se relaciona con la solidaridad.
Los sistemas político y económico, en cambio, coordinan consecuencias y producen integración sistémica. Además, está organizado de modo asimétrico y son siempre cosificadores. Antes ambos mundos estaban muy unidos, pero actualmente cada vez se diferencian más. El problema ético subyacente aquí es que se superponen constantemente. Por eso, el modelo deliberativo vendría a ocupar la función de integrarlos y, con esto, poder visualizar simultáneamente las distintas percepciones que existen en torno de la sociedad.
—Pero entonces lo que usted propone, es decir, el modelo deliberativo, ¿es una especie de híbrido entre el republicanismo y el liberalismo?
—No, para nada. ¿Por qué los jóvenes tienen esa tendencia a simplificarlo todo? —Cuestionó algo disgustado— A ver... te lo explico mejor...
Lo que yo propongo con mi modelo deliberativo es una superación del modelo liberal y del republicano porque planteo la posibilidad de una democracia que legitime al Estado sobre la base del contrato social. Los individuos ceden, así, parte de sus derechos al poder político y éste tiene la función de arbitrar entre los intereses privados y los intereses sociales. Pero que, además, ese poder conciba al Estado como gestor y garante de la soberanía del pueblo y como instrumento para la construcción de una comunidad política. En otras palabras, considero que si está suficientemente institucionalizada la comunicación en el Estado, la política dialógica y la instrumental pueden integrarse perfectamente mediante la deliberación.
Pero esta superación al liberalismo y al comunitarismo no es tan sencilla. Supone un cambio radical en el concepto de soberanía popular que cobra un nuevo vigor desde la perspectiva de un proceso permanente de intercambio comunicativo y formación de la opinión pública. Ésta se articula mediante la interacción permanente de los miembros de una sociedad y tiene la fuerza social integradora de la solidaridad. Sólo mediante esta trama comunicativa es posible un vínculo real entre las instituciones políticas y la voluntad común que las justifica.
Con mi idea de democracia deliberativa basada en la acción comunicativa quiero, en definitiva, esbozar la imagen de una sociedad descentralizada que se caracterice por un espacio público político que sirva para la manifestación, la identificación y el tratamiento de los problemas sociales. Así, el sistema político, para la democracia deliberativa, no es ni el centro ni la cúspide de la sociedad, sino tan sólo un sistema de acción entre tantos otros que puede haber.

Y cuando hubo terminado de hablar, sonó el timbre. Pedí disculpas a mi invitado y fui a atender el portero. Era un niño cuya voz me conmovió. No sé si fue por el tono en el que hablaba, por la humildad con la que se dirigía o por lo que me dijo. “¿Tiene una cosita, doña?”. Eso me dijo y mi alma se estremeció. Entonces, pensé que quizás aquí no se asesinan personas en campos de concentración pero sí las exterminamos con algo mucho peor: el hambre y la ignorancia. Y préstese atención aquí cuando digo “exterminamos”, porque creo que es una responsabilidad en primera persona. ¿Por qué yo puedo tener mi casa calefaccionada, Internet, ropa nueva y posibilidad de ir a la universidad si hay gente que ni para comer les alcanza? Y mi mente se llenó de dudas nuevamente. Cuando volví con el filósofo le pregunté:
—¿Qué piensa usted sobre los Derechos Humanos? ¿Hay alguna alternativa posible o su modelo de democracia también será excluyente como el nuestro?
—Por supuesto que la hay —respondió rápidamente como quien tiene la solución mágica para todos los problemas—. Antes es necesario reconocer las debilidades en los dos modelos que venimos criticando. En el republicanismo, cada comunidad legitima todos los Derechos Humanos de acuerdo con la comprensión que hace acerca de la ética. Por otra parte, el liberalismo considera que estos derechos deben regular la actividad del Estado para que éste no interfiera en las libertades subjetivas.
Sin embargo, considero que tanto el republicanismo como el liberalismo están equivocados porque los Derechos Humanos no son reducibles de manera universal y absoluta a un límite externo que se le impone al legislador ni a un carácter instrumental. Una vez más considero que la solución es un diálogo que asegure el pluralismo de la sociedad.
En otras palabras, son estos Derechos Humanos los que deben garantizar el uso público de las libertades. Es decir, son la condición de posibilidad de una verdadera práctica de la soberanía popular. Pero esto, por supuesto, sólo se puede aplicar a los derechos políticos, es decir, los que aseguran la autonomía de los sujetos a través de la comunicación y la participación ciudadana. En cambio, los derechos fundamentales como lo son el alimento, la vivienda o la educación, poseen un valor intrínseco que debe ser respetado.

Y mientras Habermas decía eso, yo escuchaba cómo se alejaba su voz y dejaba leves ecos en su camino. No entendía muy bien lo que estaba pasando. Mi desconcierto iba en aumento. De pronto un fuerte golpe y un ruido intenso me sobresaltaron. Habermas ya no estaba, yo me hallaba tendida sobre la cama y alguien tocaba la puerta de mi habitación. Era la empleada que venía a pedirme que saliera para que pudiera limpiar mi cuarto.
Acababa de entender todo. Anoche cuando me dormí, estaba furiosa con la generación que había permitido que el Holocausto se desarrollara. Anteriormente había leído bastante sobre la vida y obra de Habermas para hacer un trabajo práctico. ¡Claro, todo cerraba! Pero qué cosa más extraña eso de andar soñando con el filósofo. Aunque la verdad mal no me vino. Era justo lo que necesitaba para terminar mi trabajo de Redacción.
Me vestí rápidamente, tomé la Notebook y marché sin demora a la primera habitación silenciosa que encontré. Allí hice lo único que podría haber hecho ante tanta dicha, registrar el sueño de la manera más precisa que pudiera. Cosas así no pasan todos los días.

Anexo 

a. Cantidad de entradas: 13
b. Fuentes consultadas:

AMELA, Victor [en línea]: Jurgen Habermas: “Ojalá Estados Unidos tenga éxito en Iraq”. Barcelona: La Vanguardia, 4 de noviembre de 2003 [consulta: 18 de mayo de 2011]. Disponible en: http://www.alcoberro.info/V1/h abermas3.htm.
AVIZORA.COM [en línea]: Biografías: Jürgen Habermas. [Consulta: 10 de mayo de 2011]. Disponible en: http://www.avizora.com/publicaciones/biografias/textos/jurgen_habermas_0023.htm.
BOLADERAS, Margarita (1996). Comunicación, Ética y Política: Habermas y sus Críticos. Madrid: Editorial Tecnos.
BOLADERAS, Margarita [en línea]. La Opinión Pública en Habermas. Barcelona: Revista Anàlisi Nº 26, 2001 [consulta: 23 de mayo de 2011]. Disponible en: http://ddd.uab.cat/pub/analisi/02112175n26p51.pdf.
ELÓSEGUI ITXASO, María [en línea]. La Inclusión del Otro. Habermas y Rawls Ante las Sociedades Multiculturales. Madrid: Revista de Estudios Políticos Nº 98, octubre/diciembre 1997 [consulta: 23 de mayo de 2011]. Disponible en: http://revistas.cepc.es/revistas.aspx?ID R=3&IDN=255&IDA=17119.
ESPINOSA, Javier [en línea]: El pensamiento filosófico de Habermas. [Consulta: 13 de mayo de 2011]. Disponible en: http://www.rafaelrobles.com/wiki/index.php? title=Habermas.
HABERMAS, Jürgen (1974). La Esfera Pública: un Artículo de Encyclopedia. Nueva York: New German Critique Nº 3.
HABERMAS, Jürgen (1981). Historia y Crítica de la Opinión Pública: la Transformación Estructural de la Vida Pública. Barcelona: Editorial Gustavo Gili.
HABERMAS, Jürgen (1987). Teoría de la Acción Comunicativa. Madrid: Editorial Taurus.
HABERMAS, Jürgen (1999). La Inclusión del Otro. Estudios de Teoría Política. Buenos Aires: Ediciones Paidós.
HABERMAS, Jürgen (2005). Facticidad y Validez. Madrid: Editorial Trotta.
HOENIG, Matthias [en línea]: O que Europa precisa agora. Entrevista con Jürgen Habermas. São Paulo: Centro de Estudos em Filosofia Americana, Julio 2007 [consulta: 16 de mayo de 2011]. Disponible en: http://ghira ldlli.files.wordpress.com/2008/07/entrevista_habermas_europa_1.pdf. ITAM [en línea]: Entrevista con Jürgen Habermas: Habermas Visto por Habermas: Aspectos Biográfico e Interrogantes Políticas. 1992. [Consulta: 10 de mayo de 2011]. Disponible en: http://biblioteca.itam.mx/estudio s/estudio/letras28/texto1/texto1.html.
MINISTERIO DE EDUCACIÓN DE ESPAÑA [en línea]: Habermas: Biografía. [Consulta: 18 de mayo de 2011]. Disponible en: http://recursostic.educacion.es/bachillerato/ proyectofilosofia/web/f2ruta1.php?id_ruta=20&id_etapa=1 01&id_autor=7.
POLITICASNET.COM [en línea]: Jürgen Habermas. [Consulta: 10 de mayo de 2011]. Disponible en: http://usuarios.multimania.es/politicasnet/autores/habermas.htm.
THE EUROPEAN GRADUATE SCHOOL [en línea]: Jürgen Habermas - Biography. [Consulta: 10 de mayo de 2011]. Disponible en: http://www.egs.edu/library/juergen-habermas/biography/.
WIKIPEDIA, La Enciclopedia Libre [En línea]: Democracia Deliberativa. [Consulta: 30 de mayo de 2011]. Disponible en: http://es.wikipedia.org/wiki/Democracia_ Deliberativa.
WIKIPEDIA, La Enciclopedia Libre [En línea]: Jürgen Habermas. [Consulta: 7 de mayo de 2011] Disponible en: http://es.wikipedia.org/wiki/J%C3%BCrgen_Habermas#Bibliograf.C3.ADa.

Memoria de producción 

Hace unos años me regalaron para mi cumpleaños Uno de Richard Bach. El libro era una travesía hacia el autodescubrimiento a partir de las múltiples posibilidades que expone la física cuántica. Particularmente, no creo que haya sido de las mejores obras que he leído, pero me ha venido a la mente mientras redactaba la Entrevista Creativa Imaginaria a Jürgen Habermas. Si tuviera que justificar tan extraña vinculación, diría que atreverse a adentrarse en profundidad en una obra implica, al igual que la vida, constantes decisiones, reflexiones, formulaciones, cuestionamientos que desembocan, indudablemente, en distintos resultados. Y la verdad que tan excitante itinerario puede sorprendernos y engrandecernos pero, también, perdernos y desilusionarnos. Particularmente, mi recorrido, aunque no carente de dificultades, ha sido atractivo y enriquecedor. Por mi tan enorme gratitud quiero compartir con ustedes algunas hojas de mi diario de viaje. 

Sábado 7 de mayo de 2011 
Esta mañana tuvimos clases de Corrientes del Pensamiento Contemporáneo. Lo negativo fue que debí levantarme temprano un sábado, no me quejo porque me dormí y llegué una hora más tarde. Lo positivo es que ya tenemos los autores y las obras que podemos elegir para hacer la entrevista imaginaria sobre la democracia. Dentro de las opciones están Aristóteles, Rousseau, Freud, Marx, Castoriadis y Habermas, entre otros. Aunque no alcanzamos a desarrollarlo hoy, estoy segura que voy a escoger a Habermas para hacer mi trabajo porque ya he leído algunos artículos de él y me interesa mucho el punto de vista desde donde aborda la esfera pública.

Martes 10 de mayo de 2011 
Hace un rato, hice mis primeras búsquedas sobre Habermas. Parece que va a estar difícil encontrar algo sobre su vida porque el viejo no habla de su privacidad. ¿Quién se cree que es? ¿Estrella de Hollywood?

Lunes 16 de mayo de 2011 
¡Encontré que Habermas estuvo en la Juventud Hitleriana! ¿Y ahora teoriza sobre democracia? Hay algo que no me termina de cerrar.

Miércoles 18 de mayo de 2011 
Hoy Lambruschini dio una breve exposición sobre Habermas que duró más de una hora. Bueno, por lo menos cuando empezó a hablar dijo que iba a ser breve... La cuestión es que me aclaró las dudas y terminé de entender todo el texto.
Lo que todavía me asusta es la consigna que nos dieron en Redacción. La entrevista tiene que tener entre 13 y 15 entradas y combinar distintos discursos como el diálogo, la narración, la descripción y, si fuera necesario, la argumentación. Algo me dice que este trabajo no va a ser tan fácil como los otros.

Lunes 23 de mayo de 2011 
Junto con otro tallerista, acudimos a la ayuda de un sociólogo para que nos dé una mano con las categorías que trabaja Habermas y que no están del todo evidentes en el texto. ¡Nos vino como anillo al dedo! El tipo es Master en Ciencias Sociales de una universidad de Suecia que estaba en contacto con el filósofo alemán y en la que, además, se lo estudiaba en profundidad. Además, nos dio una serie de textos que no teníamos para seguir desarrollando la idea de cómo encarar la obra de tan magnífico pensador.

Viernes 27 de mayo de 2011 
¡Me cansé de leer! Me devoré todos los artículos de la biblioteca y de Internet que me pueden llegar a servir para hacer la entrevista.
¡Por fin empecé a escribir! Está bien, apenas hice la introducción. Pero algo es algo, ¿no?

Miércoles 1º de junio de 2011 
Hoy llevé las primeras hojas de lo que será mi entrevista para corregirlas en clases. Parece que voy bien. Es mucho más sencillo de lo que sentí al principio. El susto del comienzo se ha desvanecido. 

Sábado 4 de junio de 2011 
Tengo que seguir haciendo la entrevista porque me re colgué... Estuve estudiando para el parcial de Corrientes del Pensamiento Contemporáneo y, al final, resultó ser re-que-te-fácil. Okay, no voy a exagerar... Digamos que si algo habías repasado, era bastante accesible.

Martes 8 de junio de 2011 
¡Te terminé, entrevista! ¡Te terminé! ¡Al fin! ¡No me ibas a ganar, sabelo!
No fue difícil, pero me demandó muchas horas. Qué tipo complicado este Habermas. El artículo sobre el que teníamos que hacer la entrevista era muy pequeño pero, ¡se relacionaba con todas las obras! Terminé leyendo de todo.
Si tengo que evaluar el trabajo en pocas palabras, debería decir que, a pesar del esfuerzo que representó estar horas y horas pensando en qué y cómo escribir, el resultado fue muy grato.

Nota Final: 9.